En aquellos días Zae reconocía su independencia como su más preciado objeto de valor, no cabía en su memoria algo a lo que le haya concedido tanto espacio y entrega como a su discreta libertad. Era una emancipación interna, no necesitaba gritarlo a los cuatro vientos ni que la vieran andar sola por los calles. Le bastaba colmar esos días de insondables pensamientos que luego se guardaría para sí misma y para quien al verla no se conformara con la simple e innecesaria voluntad resguardada tras barrotes. Ella esperaba y prefería pensar en no pensar qué esperar, para no allanar el terreno a la decepción; pero por otro lado, siempre supo de su codicia imaginativa. Así que, aunque no quisiera, siempre estuvo a la expectativa de un "por fin", y vaya que le costó reconocerlo. El problema de la vida es que todo en algún momento pierde sentido momentáneamente, y las esperanzas ciertamente son parte de la vida y, como todo en ella, pueden no existir para algunos. Zae pensaba en lo que pensaba, nunca había estado más consciente del absurdo que supone la vida, y luego de asumirlo y soltar una siniestra carcajada echó a correr. Al pasar por medio de la gente miraba a todas las personas fijamente y sonreía de manera maliciosa, dueña de la vida entera.
A los dos minutos, despertó en la banca, en el extremo derecho, en donde siempre se situaba para observar a todos pasar, ir y venir alrededor de la plaza. ¿Será que más que autonomía lo que a ella le encantaba era la idea de propiciar un encuentro fortuito que determinara su vida, enmendando cada hilo de su enredada incertidumbre? Tal vez en igual medida. Tal vez disfrutara también de sus insignificantes pensamientos, pero tal vez sólo en la medida en que estos pudieran ser compartidos con alguien luego. Tal vez. Tal vez no tuviera nada más que ofrecer más que un cúmulo de pensamientos en soledad agridulce. Tal vez se preparaba para un futuro solitario. Al fin y al cabo, un "por fin" es un enunciado, y es parte de la vida, y como tal puede no existir jamás para algunos.
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