31 de agosto de 2010

Tres al hilo.

Había olvidado lo porosa de mi naturaleza, la increíble capacidad con la que absorbo todos los estados de ánimo de los demás. Por momentos quisiera que las emociones solo choquen contra mi burbuja y dejen de reventarla, y dejen de calar en mi esponjosa seriedad, que cuando estoy seria es cuando con más urgencia necesito una depuración (o en su defecto, un psicólogo).

Esto es un cliché (y esto es una advertencia)

Por favor, deja de querer conquistar ideas con ideas y conquista el corazón con el corazón (es más fácil y más bonito).
(¿Es que acaso no sabes ponderar?)

Yo no soy nadie

No soy nadie. Y a veces siento caer en la mísera estrechez de varios otros. Y a veces opino o no digo nada. Y no es que sea presumida pero no soy la vida para andar enseñando cuando ya todo está estropeado...o construido. Y mientras me conversan espero que la vida llegue pronto y dé cuenta de sus poderes (digo vida y no karma; vida, experiencia). Esos que yo no tengo para dar lecciones, en ocasiones no tengo ni autoridad moral. A veces solo creo que todos deberían intentar ser nadie por un minuto y darse cuenta de con cuánto ego se han revestido olvidando que son polvo en un futuro, como todos. Y como nadie al mismo tiempo.

15 de agosto de 2010

los nervios míos

Todos los principios de algo me causan escalofríos y no me dejan dormir. Debería dejar de saber que son el principio de algo, porque mi cerebro suele aprovecharse de los estragos que ocasiona en el resto de mi organismo.

díadevida

Juegas con tu perro y mientras lanzas la pelota y él va por ella, caes en la cuenta de que estás viviendo, y luego caes en la cuenta de que estás pensando que estás viviendo, que esto es realidad; y piensas en abstracto buscando otra. Te imaginas cómo sería no pensar, que todo es ilusión, que en verdad nada existe y que no tienes idea de cómo es que estás viviendo, y qué es vivir. Y no entiendes nada, y vuelves a arrojar la pelota.

10 de agosto de 2010

Esta es una huella de amargura que ya se va (¡chau!)

Definitivamente las palabras son como flechas, como dardos, y encuentran en mí un corcho poroso y sensiblero. Si no, pregúntaselo a la barrera que funge de filtro y desecha atisbos de afecto de cada palabra que le dirijo.

Justo en mi diana. En cada recuerdo ahora florece la grieta y el encanto se desvanece. Posiblemente haya sido necesario el chasquido para despertar, o tal vez, libremente, me esté convirtiendo en lo que siempre dije no querer ser nunca. Y lo complicado que es querer demostrárselo a alguien, y la ética que te obliga a ceñirte a tus cosas, y lo desastrosa que puede ser la ambición desde esta edad...y la sensibilidad de algunos corchos.

Y tú, deseando enmendar palabras dichas con algunas no vertidas. Con cuidado, puedes clavar aún más profundo el dardo en el intento. La complicidad no actúa sobre vacío y ya se fue. La ambigüedad de las acciones humanas en su esplendor.

La energía que queda solo convierte la chispa de aquel lejano ingenio en plagio, cuando se ve circundado por esos matices tuyos que tienden a encerrar más de una intención (tan inmiscuidas entre sí que temo por ti) (y por mí, porque no solo me escarapelan la piel, sino que aborrezco las cuádruples intenciones). Lo difícil que es volver a conocerte ahora, volver a mirarte con compasión. Y el desenmascararte puede llevar a la ruina a cualquiera.

Muéstrate. Entrégate a la justicia y no a la fama.


Malditos sean todos los corchos melodramáticos del mundo de hoy.