10 de agosto de 2010

Esta es una huella de amargura que ya se va (¡chau!)

Definitivamente las palabras son como flechas, como dardos, y encuentran en mí un corcho poroso y sensiblero. Si no, pregúntaselo a la barrera que funge de filtro y desecha atisbos de afecto de cada palabra que le dirijo.

Justo en mi diana. En cada recuerdo ahora florece la grieta y el encanto se desvanece. Posiblemente haya sido necesario el chasquido para despertar, o tal vez, libremente, me esté convirtiendo en lo que siempre dije no querer ser nunca. Y lo complicado que es querer demostrárselo a alguien, y la ética que te obliga a ceñirte a tus cosas, y lo desastrosa que puede ser la ambición desde esta edad...y la sensibilidad de algunos corchos.

Y tú, deseando enmendar palabras dichas con algunas no vertidas. Con cuidado, puedes clavar aún más profundo el dardo en el intento. La complicidad no actúa sobre vacío y ya se fue. La ambigüedad de las acciones humanas en su esplendor.

La energía que queda solo convierte la chispa de aquel lejano ingenio en plagio, cuando se ve circundado por esos matices tuyos que tienden a encerrar más de una intención (tan inmiscuidas entre sí que temo por ti) (y por mí, porque no solo me escarapelan la piel, sino que aborrezco las cuádruples intenciones). Lo difícil que es volver a conocerte ahora, volver a mirarte con compasión. Y el desenmascararte puede llevar a la ruina a cualquiera.

Muéstrate. Entrégate a la justicia y no a la fama.


Malditos sean todos los corchos melodramáticos del mundo de hoy.

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