28 de septiembre de 2009

De espejos y yos.

Recuerdo haberme mirado en el espejo cerca de 10 minutos. En ese tiempo vivía en una provincia al norte y contaba con 13 o 14 años de edad. La casa estaba vacía, no recuerdo por qué; y el espejo se situaba en una pared antes de llegar a la puerta de mi cuarto. Recuerdo haberme mirado cerca de 10 minutos. A esa edad todavía se me hacía difícil comprender ciertas cosas de la vida y me llenaba de interrogantes constantemente, las cuales no eran plasmadas en mi diario todas las noches porque sentía que eran difíciles de explicar, y me acostaba pensando que algún día podría descifrarlas. Me observaba fijamente y me daba cuenta de que a veces no me reconocía si me hacía un peinado distinto; es decir, me reconocía si me miraba al espejo porque sabía que este refleja evidentemente a la persona en frente, pero imaginaba que si no estuviera ahí de pie mirándome, probablemente a las demás personas les costaría reconocerme. Hablando de ello, recuerdo un día en el colegio en que una monja (era un colegio religioso) hizo un paréntesis en su clase para cuestionarse/nos sobre el por qué todas las mujeres traíamos el mismo peinado, que constaba de una graan raya al medio que dividía nuestra cabeza como un pan francés. Hasta ese momento yo no me había hecho esa pregunta nunca, y la respuesta no viene al tema, pero muy posiblemente sea la misma que responde a la pregunta de ¿por qué ahora la mayoría de mujeres traen la misma raya a un lado de la cabeza? es que, ¿acaso en todo el país se corrió el chisme de lo que dijo la monja en clase y quisieron responder de esa forma, uniformizándose todas de nuevo?

Volviendo al tema, recuerdo haberme mirado en el espejo cerca de 10 minutos. Miraba mi rostro tan absorta como si fuera un extraterrestre en un primer contacto con un humano. Y no entendía, cómo era posible que 6000 millones de personas aproximadamente tuvieran los mismos órganos en la misma ubicación y que, sin embargo no hubiera, ni habrá, un ser humano igual al otro. Veía en mi cara dos esferas marrones posicionadas de tal forma que reflejaban un aire triste cuando, exceptuando aquella parte, me cubría la cara con las manos. Durante esos años no me percataba de un pequeño bulto en mi nariz, o quizás no lo tenía, no lo recuerdo. Mis labios eran (y son) un poco gruesos, pero para ese entonces aún no sabía cómo regular su tamaño, aunque creo que no se trató de no saber cómo hacerlo, sino de la creencia de que debería verme bien sin tener que producir ningún gesto en el rostro o moderar las expresiones, es decir, exponer el rostro tal y como es, y de esa forma poder verme bien. Sin embargo, a veces veía mi rostro con ciertas facciones asimétricas.
Recuerdo haberme mirado en el espejo cerca de 10 minutos. En esos años, aparentemente dejé de darle importancia a ese tipo de asuntos, pues consideraba que no tenía solución, pero en el fondo me interesaba más de lo que creía. Sentía que debía saber cómo me miraban los demás, cómo lucía frente a ellos, probablemente no me veían de la misma manera en que yo me veía a mí misma; era complicado poder compartir esa desesperación con alguien a esa edad, y poder explicarla tranquilamente sin que los demás piensen que estoy medio loca o que tengo baja autoestima. Sí, durante ese tiempo realmente le daba una gran importancia a la opinión de los demás, y era una cuestión de identidad, no sabía bien cómo definirme a mí misma, así que no permitiría que los demás me definan con etiquetas en un momento en el que me veía tan vulnerable. Probablemente eso influyó en mi conducta tímida en gran parte.
Recuerdo haberme mirado en el espejo cerca de 10 minutos...y haberme preguntado cómo seré cuando tenga 20 años, para luego conformarme con imaginarme a los 18; pero luego pensaba en la posibilidad de que por alguna razón no llegase ni a los 18 y lo triste que sería no poder ver la transformación de una persona a lo largo del tiempo, lo cual siempre me ha resultado interesante.
Ahora, a 5 meses de cumplir 20 años, recuerdo aquel y muchos otro días en que hacía lo mismo y planteaba las mismas interrogantes, las que, por cierto, hasta ahora no respondo del todo..pero he aprendido a vivir con ellas, con las que surgen continuamente y surgirán tal vez ya no en frente de un espejo sino en frente de los demás, porque ciertamente me he encontrado de muchas maneras en ellos. Y es con ellos, justamente, con quienes he aprendido que todos, o la mayoría, en algún momento de su vida han practicado gestos frente al espejo para reducir ciertas desproporciones (que muy probablemente nadie note); que así como yo, otros también han incorporado gestos y expresiones a su presentación cotidiana, tornándolos cada vez más naturales; que nadie se da cuenta de eso; que he cambiado demasiado en 5 años; que no pensé llegar a ser como soy ahora; que me gusta todavía sentirme llena de interrogantes; a compartirlas; que los peinados (para la monja) y sus variaciones son simple moda y son parte de la construcción personal de cada uno, tan transitoria y de carácter tan social como la identidad, y tan irrelevante como para seguir escribiendo sobre ello.
Y con respecto al hecho de que existan tantos humanos con los mismos órganos y que, sin embargo, nadie se parezca a nadie, eso sí que es un misterio.
Me alegra haber crecido, en todo sentido, y ahora espero ansiosa tener 25.

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