Hace unas semanas, antes de terminar el ciclo, decidí asistir por primera vez a una de las presentaciones de la Orquesta Sinfónica Nacional, ya que así podría llenar una famosa "bitácora" de eventos y experiencias culturales para un curso, y además el acontecimiento me intrigaba hace regular tiempo. Entonces, me dirigí a pedir mis respectivas entradas gratis a una oficina de la universidad y el domingo siguiente me hallaba sentada en unas de las muchas butacas del auditorio del Museo de la Nación. Era necesario ir, tenía las entradas y cuando se cuenta con una oportunidad de presenciar algo nuevo y gratuitamente, es menester sacrificar el sueño de la mañana del domingo. Al llegar, advertí la cuantiosa asistencia de personas de la..segunda edad "y media" y de la tercera edad, quienes habrán representado el 70% de todos los concurrentes. El otro 30% comprendía a familias pequeñas bien vestidas, otras con atavíos más cotidianos semiformales y otras personas un poco más "chacras" como yo.......suelo vestir, aunque no lo hice en esta ocasión por no conocer suficientemente el código inherente a estos eventos; es así que como primera vez, decidí no arriesgarme a desentonar tanto, por si las moscas.
Fila N, asiento 20. Era una fila de cuatro butacas. Me senté y luego de un rato me percaté de dos ondeadas y cortas cabelleras color nieve situadas delante de mí, distanciadas por una de "color peluquería", quienes intercambiaban opiniones y expectativas sin conocerse. Para mi buena suerte (no es ningún tipo de sarcasmo) no habría nadie en los asientos colindantes al mío, yo tenía la entrada perteneciente a uno de ellos, pero fui con mi placentera soledad, y en el otro lado..pues no sé, pero no hubo nadie. Sin embargo, la presencia de una anciana ubicada junto a uno de los asientos vacíos me mantuvo cavilosa; ella también había asistido sola, y por alguna extraña razón, como parte de uno de mis tantísimos viajes "intramentales", tuve la sensación de ser la protagonista del cuento de Borges ("El Otro") y tontamente auguraba un diálogo entre yo (en el futuro) y..yo, y me descubriría diciendo:
- Usted se llama LяИ (apellidos). Yo también soy LяИ (apellidos). Estamos en 2050, en la ciudad de Amil*.
(*Siento mi poca creatividad para crear nombres futuristas)
Yo me negaría y ella trataría de convencerme empezando a decir cosas que sólo yo misma sabría. Y bablablá. Desperté (aparentemente).
La orquesta inició su gran muestra media hora después, hecho que sospeché desde un principio y por lo cual me preparé y llevé un libro..que apenas leí, porque ya que todo era nuevo para mí, me detenía observando cada cosa que pasaba ante mis ojos y disfrutando de la fascinación que me produce lo desconocido. Luego de haber empezado a tocar, me di cuenta de que definitivamente estas presentaciones no se pueden apreciar adecuadamente por televisión; yo lo había intentado pero lo único que había conseguido era transformar mi interés en sopor. La emoción que se percibe en el auditorio proveniente de los músicos y la pasión con que tocan no es bien conocida a través de una cámara, en mi opinión, y es algo semejante a despojar el aura a una obra.
Pese a que algunas melodías no me eran familiares, quedé embelesada con la exactitud y perfección con la que se desenvolvía todo el acto. Sentía que mis ojos, que pretendían ver a distintos miembros de la orquesta, no siempre lo lograban porque se perdían en las armonías; en esos instantes la música se había apoderado de gran parte de mi mente y ella mantendría mi concentración hasta el receso. Había llevado cámara, y consciente de mi condición de forastera, la saqué en pleno despliegue de violines, violenchelos, fagotes y todo lo demás, y grabé una parte de la melodía, pero no quería alzar mi súper súper dispositivo porque podría impedir la visión a la gente de atrás, así que no grabé imágenes, mas que las fotos que tomé al inicio y durante el ensayo de la orquesta. Como yo quería saber concretamente si el llevar cámaras estaba prohibido, la volví a extraer de mi bolso durante el receso procurando que una de las chicas que ubicaba a las personas me viera y me regañara o algo así. Dicho y hecho. No lleven cámaras. Pero bueno, yo había ido preparada para aprender del nuevo contexto y ya me estaba adaptando al entorno y sus términos, así como también aprendí, por ejemplo, que en este evento los aplausos duran un minuto y medio. Luego del receso, continuó la orquesta de manera brillante acompañada del carisma del director, quien supo hacer frente a unos desperfectos técnicos surgidos de imprevisto. En resumen: una experiencia que me embobó hasta que el último acorde de violín cesara.
Esta es una de las melodías que tocaron, la obertura de Orfeo en los infiernos de Jacques Offenbach. Es la más conocida de las tres que colmaron la sala.
El instante en el que me parece que captura más la atención es en el minuto 3:58, en donde se produce un cambio en el ritmo, y el fragmento más conocido de la melodía empieza en el minuto 7:25 (al que se le llama Can-Can, por evidenciar el ritmo propio de este baile).
Quedé más que satisfecha. Debo volver a insertarme en ese mundo paralelo que he dado por descubierto recién ahora.
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