qué terrible pensar
que su fin dependa del temido son de las manecillas vacilantes
(de una, de dos, de tres)
que es aplacado solo luego de su propio ardor
y que entonces no vale de mucho
vale de nada, vale de poco
poco avanzo si me aferro al juego
si por acallarlo lanzo gritos
¡gracias!
cuántos momentos vertidos en compostura
¡gracias!
me falta de todo, menos el silencio candente
cuánta mente en irritación
cuánta es la espera helada
a por mí, a por mí
a ahuyentar el silencio candente
el silencio imprudente
(no me hace falta)
tan maldito, tan denso
que ni el suspiro lo devora
ni lo acalora la brisa
y no, nunca termina ahí donde empezó.
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