21 de enero de 2010

Pesadilla # 437

Me encontraba de pie en el centro de mi cuarto un día común, rodeada de mis comunes cosas. No sé qué hacía situada ahí sin motivo, solo miraba a mi alrededor. De pronto tuve la sensación de estar en un ascensor, y sentí un terror que me me tumbaba las piernas, porque éste aparentemente no subía, sino que bajaba...y a toda velocidad. Grité como nunca en mi vida lo había hecho al ver a través de mis ventanas cómo las casas vecinas parecían elevarse o crecer, y luego quedé ensordecida con el estruendo causado por el progresivo derrumbe de mi edificio. El piso ya había empezado a adoptar una posición diagonal, y yo yacía sobre él, gritando, porque al parecer era lo único que podía hacer. Sabía que mi madre estaba también dentro del departamento pero no recuerdo haberla visto hasta después. Lo último que recuerdo haber advertido desde mi habitación era una especie de maquinaria compleja de gran tamaño ubicada en la calle, fuera de las viviendas de mi cuadra, y esa era la explicación de todo: estaban demoliendo nuestro edificio con personas dentro. Y lo último que recuerdo haber sentido, además de la terrible preocupación por mi familia, fue por alguna extraña razón, una angustia por todo lo que guardaba en mi habitación. No sé qué diablos hacía pensando en mis libros, documentos, y cosas personales en ese momento, pero era una idea dentro de la cual me hallaba prisionera...y muy débil.

Luego de notengoideacuántas horas, me veía bajando a un almacén, llorando escandalosamente por el acto tan inhumano que habían perpetrado los responsables de la demolición. Mi madre me esperaría arriba. Bajé corriendo apresuradamente unas escaleras, siguiendo una indicación dada por un hombre qué parecía ser parte de los culpables, y que sin embargo, lucía muy tranquilo y satisfecho. Todavía no tengo ni una leve sospecha de lo que pude haber escondido o guardado entre mis objetos personales, como para que me sintiera empujada y obligada a revisar el casillero que me habían asignado, con todos ellos dentro, amontonados caóticamente. Pese a ya haber asegurado que mis pertenencias estuvieran completas, empecé a sentir un pesar, asociado tal vez al hecho de tener que comenzar a vivir de nuevo, a organizar de nuevo mi casillero, todas las cosas de mi vida, todas juntas en un solo rincón sin ningún orden.

Pocos días después, una suerte de mini-hotel de dos pisos había tomado el lugar de nuestras casas, y yo me encontraba con mi mamá en una de las piscinas de éste, situada en la azotea, al borde del edificio, desde el cual se veían las calles, los vecinos y las miradas de estos sobre nosotros, los huéspedes, que ahora disfrutábamos del sol y de un chapuzón en donde el agua rebosaba hasta caer a las veredas.

No hay comentarios: