Al té helado embotellado le asaltan frecuentes dudas existenciales ante el gemido que proviene, para mi sorpresa, de una bolsa de habas reprimidas que luego son desperdigadas bajo la rebelión de mi mano. Esto no es sino, un síntoma de mi aturdimiento, de mi cabeza impregnada de insuficientes normas y necesidades, de una incontenible modorra cuya segunda opción es claudicar, y por último, de un afán por hacer algo (siempre algo más) antes de dedicarme a lo que es debido. Y ahí van de nuevo, mi indomable mano y mis dedos ansiosos y cubiertos de sal, a modelar frente al espejo, sin sutileza ni pudor; es pura vanidad la que los motiva a restregarme en la cara mis más profundas debilidades.
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