No traigo pena ya, más que la que se viene disolviendo en risas y añejas dudas que se van retrayendo de nuevo. Estaba dicho, que con nada de eso llegaría yo a buen puerto, y qué lástima porque de lo de siempre uno se aburre. Es una pena débil, no muy sincera, porque no es que lamente lo no ocurrido, sino la falta de materia real para seguir escribiendo ceñida al suelo. Es solo una pena que no debió haber surgido; es de esas que brotan lunes para morir miércoles. Entonces fue su muerte también, la muerte de una pena sin haber madurado o cambiado, fue casi el aborto de una pena. Y qué penosa resulta ahora mi falta de penas reales. Porque de lo de siempre uno se aburre.
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